Las ilusiones perdidas son verdades halladas. Es lo que mi mente caviló después de acudir el pasado sábado a La Glorieta con motivo del Festival Taurino que se organizó para recaudar fondos para las maltrechas arcas del Museo Taurino de Salamanca.
Desde el comienzo, cuando algunos de los toreros anunciados inicialmente, sus cuadrillas, y ¡quién sabe!, decidieron caerse del cartel, el sueño de celebrar un digno festival se fue truncando. Sin embargo, la Junta Directiva del Museo y su organizador decidieron echar la pata palante y continuar.
Y llegó el día y comprobé que tenía razón el maestro Antoñete cuando afirmaba que todos los toreros poseían algo de románticos y de locos. Sólo así se puede pensar por la actitud entusiasta y altruista de los matadores anunciados, del caballero rejoneador, de los subalternos, de los piqueros, de los alguacilillos, del presidente y sus asesores, del torilero, del timbalero y de los clarineros, de los mozos de espada, de los ayudas, de los monosabios, de los mozos de caballos, de los mulilleros, de los mozos de puyas y banderillas, de los mozos de puerta, de los acomodadores, de los areneros, de los veterinarios, de los servicios médicos, de la banda de música, del conserje de la plaza, de la empresa, de los hoteles y restaurantes que alojaron y atendieron a las cuadrillas. . . y de los 1000 aficionados que acudieron a la plaza.
Gracias, mil gracias, de parte de la Junta Directiva, a pesar de que la tarde resultara una ilusión perdida y que la amarga verdad, la hija del tiempo, también se descubriera aquella tarde. Porque estos días hemos comprobado cómo los políticos, los mismos que durante la feria septembrina acuden al callejón, nos dieron la espalda; cómo los toreros, en sentido amplio, aquellos que encumbramos durante la temporada, nos condenaron con su indiferencia; cómo los ganaderos, charros lígrimos que crían con esmero ese animal que tanto amamos y admiramos, el toro, no nos acompañaron; cómo algunas plumas de ciertos periódicos de la capital, los mismos que durante la semana, con sabiduría, redactan esmeradas crónicas, emborronaron el texto del festejo con sus valoraciones; y cómo Eolo, la lluvia y la prensa rosa hicieron el resto. La verdad, como pueden comprobar, es a menudo demasiado sencilla. Sólo espero que al final, como escribió Tirso de Molina, podamos añadir a la verdad de esta comedia muchos ceros. Pero me temo, que eso también será una vana ilusión.
Andrés Sánchez Palacios
Secretario del Museo Taurino de Salamanca
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