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"La Fiesta a porta gaiola" / Comunicado de la Federación de Peñas Taurinas de Salamanca "Helmántica" |
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Published by | 11:37 h. |
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La vigente controversia sobre la desaprobación de las corridas de toros es tan antigua como la propia Fiesta. Muchas han sido las razones que los detractores han esgrimido, siempre dependiendo de la situación social reinante, aunque, básicamente, cuatro hayan sido sus argumentos: razones de tipo religioso, razones de sensibilidad, razones económicas y razones políticas. Retrocedamos en el tiempo, la historia lo describe todo.
Las primeras reflexiones sobre la ilicitud del toreo datan de finales del siglo XV. Desde esta época, y hasta el siglo XVII, se enfatizan los argumentos de tipo religioso y moral. El cardenal Juan de Torquemada, el agustino Santo Tomás de Villanueva y el jesuita Juan de Mariana argumentaban que no había motivos dogmáticos y morales que explicarán por qué el hombre arriesgaba su vida al exponerse delante de las astas de una fiera. El riesgo y la muerte son una ofensa a Dios, por lo que el Papa Pío V promulgará la bula De Salutis Gregis Dominici (la Salvación de la Grey del Señor) que prohíbe correr toros en público bajo castigo de excomunión y que, posteriormente, aliviará Gregorio XIII, ordenará, de nuevo, Sixto V y revocará, finalmente, Clemente VIII. En estos años, los toros han traído a mal traer a cuatro Sumos Pontífices, al Monarca más ilustre de su tiempo, Felipe II, a la Universidad de mayor reputación, la de Salamanca, a Cardenales, a Arzobispos y a Nuncios, pero la Fiesta es del pueblo y para el pueblo y estas disposiciones podrán mermar y desorientar su espíritu pero no su pasión por el riesgo y los toros. El pueblo desdeña y repudia las prohibiciones y con el apoyo de la monarquía y los oídos sordos de la iglesia celebrará fiestas de toros en infinidad de ciudades para solemnizar, apasionadamente, la canonización de cientos de beatos.
La sensibilidad y la defensa de los derechos de los animales es la segunda razón que los detractores han planteado. Tirso de Molina, Quevedo, Pérez Galdós, Azorín, Rubén Darío o Unamuno, cada uno en su tiempo y sopesando a lo largo de sus vidas múltiples contradicciones acerca de la sinrazón de los toros, hubieran sido la avanzadilla de esta causa. El mismo Eugenio Noel, entre 1909 y 1915, llevó a cabo sus campañas por pueblos y ciudades pronunciando discursos en contra de la Tauromaquia. Recorrió España y algunas Repúblicas americanas y, a pesar de sus esfuerzos, triste y olvidado por todos, meses antes de morir, fue visto en un café de las Ramblas de Barcelona conversando animadamente con Rafael el Gallo. Hoy, grupos radicales, al amparo del ecologismo urbanita, de la indiferencia de la Administración, del desarrollo urbano, de las nuevas formas de ocio, de los medios de comunicación y del desconocimiento, repudian y menosprecian la Fiesta. ¿Acaso alcanza a entender el llamado ecologismo urbanita que el toro es un animal único y que la dehesa, un ecosistema exclusivo que difícilmente se podría mantener sin la cría de este animal? ¿Por qué la Administración desatiende a la Fiesta y la circunscribe en el Ministerio de Interior y no, amparándose en la lógica y en su autonomía, en el de Cultura? ¿Por qué los medios de comunicación, al no encontrar los suculentos ingresos que por publicidad encuentran en otras disciplinas, prescinden de la Fiesta? El boxeo, el fanatismo en el deporte, la explotación de pollos y cerdos en granjas extensivas, la marginación social, la violencia de genero, la prostitución, el hambre, las guerras son envites de los que no tiene por qué servirse la Fiesta, pero que sí podría esgrimir cuando observa como, día a día, es mayor la pérdida de valores en la sociedad, el egocentrismo en los políticos y la codicia en las empresas. ¿Hemos de prohibir un espectáculo que, aunque unos pocos no sean capaces de discernir, defiende firmemente a un animal como es el toro, a una forma de vida como es la dehesa, a una tradición como es la Tauromaquia, a un arte como es el toreo y a un sistema económico que representa el 1,7% del PIB y crea 200.000 puestos de trabajo, directos e indirectos?
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Aunque en menor medida, también las razones económicas han hecho sopesar la existencia de las corridas de toros. El año 1904, el gobierno de Antonio Maura, con el visto bueno del Instituto de Reformas Sociales, aprobará la Ley del Descanso Dominical, popularmente conocida como la Ley de Protección a las Tabernas. Esta disposición, con el apoyo de la iglesia, que sobrellevaba fatalmente la ausencia de fieles en sus iglesias, y de los grupos progresistas, que consideraban que las corridas eran crueles, que generaban desordenes públicos, que incitaban a que la masa obrera desatendiera su trabajo y que, equívocamente e incomprensiblemente, como siempre, veían en la Fiesta un enemigo acérrimo a sus ideas, pretendía acabar con las corridas los domingos e indirectamente, a medio plazo, con la Fiesta. Pero, de nuevo, el pueblo se levantará ante la decisión de prohibir por prohibir y cien mil almas en el Parque del Retiro de Madrid harán dar marcha atrás a la abusiva disposición. Diez años después, y con motivo de la primera guerra mundial, los argumentos que manejarán los grupos progresistas atañen a los 4.000 caballos que se emplean en las corridas de toros pues consideran que, como animales de tiro, no tienen mejor fin que el frente de batalla.
Para acabar, la última de las razones, la más vil: las razones políticas. Desde la primera mitad del siglo XVIII y hasta nuestros días han sido múltiples los intentos por hacer desaparecer la Fiesta amparándose en esta premisa. Felipe V prohibirá la participación a caballo de los cortesanos en las corridas de toros, lo que dará lugar al origen del toreo a pie; Fernando VI sólo las permitirá con el fin de recaudar fondos públicos; Carlos III impedirá su celebración por Real Provisión; Carlos IV provocará una nueva situación de menoscabo; durante la Primera y la Segunda República se culpará a la Fiesta de ser la que ha generado la situación decadente, social y económica, que se vive y durante el régimen franquista de manchar la imagen de España; y en nuestros días, de ser considerada la Fiesta Nacional.
Tal vez estos grupos, nacionalistas en mayor medida, políticos de pocas luces y atropellado carácter, desconozcan que la Fiesta carece de ideología, doctrina o pensamiento político, si no cómo podemos entender que Lluís Companys i Jover, presidente de la Generalidad de Cataluña desde 1934 y durante la Guerra Civil Española o Francesc Maciá i Llussá, impulsor del Estatuto Catalán y uno de los fundadores de los partidos Estat Catala y Esquerra Republicana de Catalunya, fueran grandes aficionados e, incluso, Companys, en alguna ocasión, presidiera alguna corrida, y, por el contrario, Francisco Franco Bahamonde, en su etapa al frente del Estado, ignorara a la Fiesta y tan sólo se sirviera de ella como medio de propaganda. Posiblemente también ignoren que el nacionalismo catalán surgió allá por el siglo XIX como una corriente cultural y que, como dijo otro reaccionario iletrado como Federico García Lorca, los toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo. Además negarán que Barcelona llegó a contar entre 1914 y 1923 con tres plazas de toros, La Barceloneta, Las Arenas y La Monumental y que sus ferias congregaban a gran cantidad de aficionados llegados de todas las partes de la geografía nacional y francesa. La ignorancia es tan atrevida que considerará a la Fiesta como franquista o, para atemperar la expresión, españolista, e imaginará que Espronceda, Théophile Gautier, Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Azorín, Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Bergamín, Henry de Montherlant, Gerardo Diego, Lorca, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Hemingway, Alberti, Miguel Hernández, Blas de Otero, José María de Cossío, Cela, Tierno Galván, Gregorio Corrochano, José Sánchez, Joaquín Vidal, Rafael Campos de España, Alfonso Nacalón nunca han escrito ensayos, poemas, novelas o crónicas a favor de la Fiesta, como tampoco Goya, Doré, Zuloaga, Sorolla, Picasso o Botero han teñido lienzos con la figura de un toro o un torero.
Porque en Cataluña no es políticamente correcto ser aficionado, porque es una Fiesta Universal, porque si existiera cordura debería estar terminantemente prohibido prohibir, porque perderá la libertad y porque los toros son un pretexto, desde la Federación de Peñas Taurinas de Salamanca Helmántica creemos que ha llegado el momento en el que los distintos estamentos de la Fiesta, incluida la afición, aúnen fuerzas para llevar a cabo un proceso que la reconozca como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, e instamos a la Junta de Castilla y León a través de su Consejería de Interior para que esta comunidad lleve a cabo los trámites pertinentes que reconozcan a la Fiesta Patrimonio Inmaterial de Castilla y León. Además, apoyamos públicamente a todas aquellas instituciones o colectivos que así lo pretendan. Será una forma de defender la Fiesta y reafirmar nuestra afición. Ya lo escribió hace más de cien años el autor de la zarzuela La Verbena de la Paloma: Es función muy española/ que corre de prole en prole/ y ni el Gobierno la abole/ ni habrá nadie que la abola
Federación de Peñas Taurinas de Salamanca Helmántica
Salamanca, 18 de diciembre de 2009
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